¿Ha llegado el momento de permitir que los no ciudadanos voten en las elecciones locales? Algunos creen que es una locura
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Suena un poco loco, ¿no? ¿No nos enseñaron en la infancia que el derecho al voto es solo de los ciudadanos de este país, con derecho a pasaporte y de pleno derecho? Así es. No obstante, el movimiento para ampliar los derechos electorales de los inmigrantes está ganando terreno.
Pagamos impuestos, afirman quienes llegan al país desde otros sitios. Manejamos negocios, enviamos a los niños a las escuelas públicas, conducimos por las carreteras, viajamos en el metro y luchamos en las guerras de Estados Unidos. Nos interesan nuestras comunidades; no deberíamos ser excluidos del proceso de toma de decisiones que nos afecta.
Actualmente, hay un proyecto de ley ante el Concejo de la Ciudad de Nueva York para permitir que los residentes permanentes legales voten en las elecciones municipales, incluidas las de la alcaldía. Desde 2018, San Francisco permite que los no ciudadanos emitan su sufragio en las elecciones de la junta escolar, independientemente de si se encuentran en el país legalmente o no. Chicago lo concede para las elecciones del consejo escolar.
Aquí en Los Ángeles, la junta escolar del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD) autorizó un estudio hace más de un año sobre cómo extender los derechos de voto en las elecciones de la junta escolar a padres, abuelos y cuidadores que no son ciudadanos. El estudio, que presumiblemente derivaría en una medida electoral, se retrasó por la pandemia, pero se reactivará cuando el nuevo ciclo lectivo comience.
No hay duda de que el derecho al voto de los no ciudadanos es una noción radical. Es comprensiblemente preocupante para quienes creen que la ciudadanía importa; y no es necesario ser xenófobo, nacionalista blanco o votante de Trump para sentirse así.
Hace unos años, el entonces gobernador Jerry Brown, cuyas credenciales liberales son bastante impecables, vetó un proyecto de ley aprobado por la Legislatura de California que habría permitido a los residentes legales permanentes formar parte de los jurados, alegando: “El servicio de jurado, tal como votar, es esencialmente una prerrogativa y responsabilidad de los ciudadanos”.
La ciudadanía es un concepto, una construcción, pero es significativa: la idea es que existe una diferencia entre simplemente vivir en EE.UU y ser un participante pleno en su autogobierno democrático. Muchas personas son partes interesadas, pero los ciudadanos son similares a los accionistas de una empresa.
Convertirse en ciudadano es un proceso (a menos que alguien haya nacido aquí, en cuyo caso es cuestión de suerte). Después de haber esperado el debido tiempo, de haber vivido lo suficiente en EE.UU, de haber realizado un examen, pagado las tarifas correspondientes y prometido lealtad a la bandera, se le recompensa por su compromiso formal, con derechos y responsabilidades.
La espera tiene un valor. El término “asimilación” está mal visto (tal vez porque implica que los inmigrantes deben dejar sus diferencias en la puerta), pero el “incorporarse” e “integrarse” siguen siendo importantes: aprender el idioma, comprender la cultura, asegurarse de aceptar las reglas y los valores establecidos en la Constitución. La ciudadanía compartida es una fuerza unificadora.
Mi madre, que llegó a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, pasó por este proceso y se convirtió en ciudadana siete años después de su arribo.
Sin embargo, a pesar de todo lo que acabo de decir, he llegado a la idea de que deberíamos intentar votar de igual manera, al menos de forma limitada, a nivel más local, porque las ventajas superan a las desventajas. Después de todo, Estados Unidos se fundó con la promesa de “no impuestos sin representación”; sin embargo, hay unos 25 millones de personas que viven en el país, más de la mitad de ellos de forma legal, que no pueden participar en las elecciones que afectan sus vidas y sus ingresos. Y sí, la mayoría paga impuestos.
Cuando un segmento de la población es excluido del proceso político, ello puede derivar en políticas públicas discriminatorias y maltratos.
Además, el voto de no ciudadanos estaba muy extendido en Estados Unidos al comienzo de la historia del país; terminó solo en la década de 1920. Está permitido en 45 países de todo el mundo en elecciones locales o regionales y, en algunos casos, a nivel nacional.
El voto de los no ciudadanos en las elecciones federales se prohibió en 1996, pero donde se permitió en Estados Unidos en los últimos años -en 11 ciudades de Maryland y San Francisco, dos de Vermont y algunas otras jurisdicciones- el cielo no se cayó. En muchos casos, ello derivó en un mayor compromiso político y, a menudo, a “mejores resultados”, expuso Ron Hayduk, profesor de ciencias políticas en San Francisco State.
Hayduk sostiene que el voto de los no ciudadanos a nivel local puede verse como parte del proceso de convertirse en uno de ellos, más que como un sustituto de éste. Sin duda, fomenta un sentido de pertenencia e inversión en la comunidad.
Está muy bien decirles a los inmigrantes que esperen su turno para votar, pero obtener la ciudadanía es un proceso atrapado en el sistema inmigratorio del país, que está dañado y es irracional en todos los sentidos, sin solución a la vista.
En contraste, un experimento limitado en la votación de no ciudadanos por parte del Distrito Escolar Unificado de L.A. tiene sentido. Después de todo, la junta escolar citó una estimación de que el 42% de los niños del sur de California tienen al menos un padre que no es ciudadano, sin voz en el liderazgo del distrito.
La expansión debería ser estrecha: ser solo para las elecciones de la junta escolar, por ejemplo, y podría restringirse a los residentes permanentes legales, con niños en el sistema. Probémoslo y veamos qué sucede.
El voto de los no ciudadanos plantea cuestiones fundamentales sobre nuestro país. ¿Quién es estadounidense? ¿Quién puede establecer las normas? ¿Qué significa gobernar un país “con el consentimiento de los gobernados”? ¿Cuáles son los costos, si millones de partes interesadas quedan excluidas de la toma de decisiones?
Sin duda, el experimento desafiaría nuestras suposiciones, pero quizá nos haría más fuertes a largo plazo.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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