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La última oleada de Fernandomanía se vivió en Texas, donde los fans acudieron a ver a la leyenda

Fernando Valenzuela stands on a Midland AA field
Fernando Valenzuela lanzó para los Angels de Midland, la filial AA de los Angels, en 1991 y atrajo a casi 6.000 aficionados al estadio. Desde entonces, el equipo ha cambiado su nombre por el de Midland Rockhounds.
(Courtesy of the Midland Rockhounds)

Los Angels de Midland atrajeron a multitudes récord que rugieron durante la breve visita de Fernando Valenzuela en 1991 al final de su carrera en el béisbol.

El 28 de marzo de 1991, los Dodgers dejaron libre a Fernando Valenzuela. Era un jueves y cerca de una década después desde que el mexicano causara casi la histeria cuando lanzaba. En esa década que siguió a la llegada de Valenzuela, éste ayudó al equipo a ganar cuatro títulos de la Liga Nacional del Oeste y dos Series Mundiales. Valenzuela ganó el premio Cy Young y fue elegido Novato del Año en 1981, y luego se convirtió en seis veces estrella.

En ese tiempo, lejos del diamante, se había cimentado como un héroe entre los mexicanos y mexicoamericanos que, en su inspiración, escribieron canciones en su honor y pintaron murales de Valenzuela. Siempre que hacía apariciones por el este de Los Ángeles -en parques y escuelas, donde decía a los niños que siguieran estudiando- la gente se apresuraba a tenderle la mano. Cuando lanzaba, los autos hacían fila horas antes de que empezara el partido, e incluso las monjas rezaban una oración extra por él.

Entonces se fue. Y la conmoción y el dolor hicieron que algunos aficionados pensaran que la organización le utilizó. “Les dio todo lo que tenía”, dijo un aficionado, Raúl Montesinos, a The Times. “Es como un trabajador cuando está agotado y el jefe se deshace de él porque ya no sirve”. Valenzuela, incluso hasta el final, era totalmente confiable.

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Valenzuela, por su parte, dijo que a pesar de ser despedido del equipo todavía se sentía bien. “Aún siento que puedo lanzar”, manifestó. “Espero poder regresar con un nuevo equipo, empezar una nueva vida”.

Midland, en el oeste de Texas, tan aislada que su existencia y su nombre se deben a que es el punto intermedio entre Fort Worth y El Paso, se asienta sobre una de las mayores reservas de petróleo del mundo. Es el tipo de lugar donde la gente viene a hacerse rica, a empezar una nueva vida y, a veces, a ambas cosas. Por eso, el hecho de que Valenzuela acabara en Midland en 1991, después de fichar por los Angels y abrirse camino hasta la categoría doble A, resultaba extrañamente apropiado.

“Es diferente, especialmente si has pasado una década en las Grandes Ligas”, dijo Alex Treviño al hablar de jugar en Midland. Treviño es un ex receptor que jugó 13 años en las mayores. Ahora es locutor de radio en español para los Astros de Houston. En tres momentos de sus respectivas carreras, Treviño y Valenzuela fueron compañeros de equipo.

Al principio de sus carreras jugaron en el mismo equipo durante la Serie del Caribe. Luego, en 1986, con los Dodgers, Treviño y Valenzuela se convirtieron en la primera batería mexicana en la historia de las Grandes Ligas. Y finalmente, en 1991, formaron parte de los Angels de Midland. Ambos trataban de volver a jugar en las mayores desde ese lugar que, según Treviño, Fernando te hacía notar que “no eres el mismo jugador y que quizá deberías empezar a pensar en hacer otra cosa”. Pero más que jugar al béisbol en Midland, fue jugar al béisbol en la Liga de Texas.

“Es la liga doble A más antigua”, dijo Tom Kayser acerca de la Liga de Texas. Se desempeñó como presidente de la liga durante 25 años, retirándose antes del inicio de la temporada 2017. Kayser es el historiador de la Liga de Texas, y ha escrito dos libros sobre el tema. Entre su trabajo como presidente -que incluía ordenar equipos, editar la guía de medios y atender las llamadas telefónicas anuales de gerentes generales descontentos que odiaban los horarios de sus equipos- a veces pasaba las horas previas a los partidos, en una biblioteca leyendo artículos en microfilm.

Hable con Kayser sobre el béisbol de la Texas League y cuenta cómo el primer partido, entre los Babies de Houston y los Giants de Galveston, tuvo lugar el 1 de abril de 1888. Cómo en 1902, en un partido en el que Jay Clarke conectó ocho jonrones, los Oil City Oilers de Corsicana vencieron a los Casketmakers de Texarkana por 51-3. Puede hablar de los muchos equipos que fueron y vinieron con el auge y la caída del petróleo en Texas. Sobre el tipo de cosas que los equipos de ligas menores hacen para atraer a los aficionados. Los espectáculos de fuegos artificiales, la visita del Pollo de San Diego y la noche de gorras de béisbol gratis eran las cosas más comunes. Pero también había otras promociones que se adentraban en el terreno de lo extraño. “El Capitán Dinamita, que se hacía explotar entre los partidos de una doble jornada, es probablemente la más extraña”, dijo Kayser sobre las promociones no convencionales.

Y, por supuesto, Kayser puede hablar de las pocas noches que Valenzuela lanzó en las Ligas de Texas. “Era igual que en Los Ángeles, cuando era un novato. Era una locura”, dijo Kayser sobre las multitudes que desbordaban -algunas conducían cientos de kilómetros- para ver a Valenzuela lanzar.

A finales de mayo, en su primera salida con los Midland Angels, Valenzuela lanzó seis entradas sin recibir hit ante 6.252 aficionados -un récord del club- a pesar de que el estadio de Jackson, Mississippi, solo tenía 5.200 asientos. Unos días más tarde, en Little Rock, Arkansas, la salida de Valenzuela añadió 10.000 dólares a la venta de entradas más un presunto aumento de las concesiones, dinero que era oxígeno para los equipos de la Liga de Texas, a veces ahogados por las limitaciones económicas. Lo mismo ocurrió en Midland, donde Valenzuela lanzó a mediados de julio en otro viaje por la Liga de Texas.

Fernando Valenzuela of the California Angels throws the ball
Fernando Valenzuela lanza para los Angels contra los Cerveceros en el estadio de Anaheim en 1991.
(Stephen Dunn / Getty Images)

La demanda de entradas era tan alta que unas noches antes de la salida programada de Valenzuela, cuando Hoppel descubrió a los aficionados tratando de entrar en el estadio con entradas falsas, pensó que era un indicio de lo que pasaría cuando la leyenda de los Dodgers lanzara.

Este era Valenzuela, no el lanzador que luchaba por salvar su carrera, yendo de un lado a otro entre las ligas mayores y las menores. Este era Valenzuela, el héroe popular que seguía atrayendo a multitudes récord, muchas de ellas mexicanas y mexicoamericanas de Midland y sus alrededores. El Valenzuela que Elvia Hernández, presidenta de la Cámara de Comercio Hispana de Midland, invitó al concurso anual de menudos de la ciudad. “El menudo es el desayuno de los campeones”, dijo Hernández, “[y] Fernando es un campeón”.

En una calurosa noche de verano en el oeste de Texas, Valenzuela, de 30 años, tratando de comenzar una nueva vida al mismo tiempo que intentaba mantener viva su carrera, lanzó cinco entradas. Permitió tres hits y una carrera. Los Angels de Midland ganaron, y los aficionados le aclamaron como lo habían hecho en las Grandes Ligas una década antes. Valenzuela hizo cuatro salidas para Midland, terminando con un récord de 3-1 con un ERA de 1.96.

“En Midland, Texas, el viernes por la noche era el rey”, escribió el periódico local sobre Valenzuela.

En sus últimos años como profesional, después de que los Angels dejaran libre a Valenzuela unos 3 meses y medio después de haberlo contratado, lanzó aparentemente en cualquier lugar que lo aceptara.

Volvió a México, a jugar con los Charros de Jalisco, donde miles de aficionados -diez veces más de lo que atraen los partidos habituales- acudían a ver a Valenzuela cuando miraba hacia el cielo mientras levantaba la pierna y lanzaba la pelota. “¡Toro! ¡Toro! Toro!”, coreaban los aficionados, aunque las pelotas de béisbol que lanzaba no viajaran tan rápido o tan bien como antes.

“Ese fue nuestro momento de verlo en persona”, dijo un aficionado, Nicomedes León. Hasta entonces, la mayor parte de México solo había visto a Valenzuela -la manía, las Series Mundiales, los premios, el no-hitter, el muchacho pobre que se convirtió en un héroe popular- por televisión. “El brazo de Fernando pertenece ahora al pueblo de México”, continuó León. Había llevado a su hijo de nueve años para ver lanzar a Valenzuela. “Lo vimos como una estrella... fuera un buen lanzador o no”.

Después de Jalisco, Valenzuela regresó a las mayores en 1993. Jugó en Baltimore, Filadelfia, San Diego, San Luis y luego nuevamente en las Ligas Mexicanas. En cada una de sus paradas, los aficionados mexicanos y mexicoamericanos acudían a ver lo que quedaba de la fernandomanía. Nunca fue lo mismo que cuando Valenzuela estaba en su mejor momento deportivo. Pero seguía significando algo. Porque Valenzuela, más que un jugador de béisbol era un símbolo de la experiencia mexicana y mexicoamericana en todo el suroeste.

Él era la razón por la que veían los partidos. La razón por la que se convirtieron en aficionados de los Dodgers sin haber pisado ni una sola vez Los Ángeles.

Roberto José Andrade Franco es autor, periodista independiente y redactor de Texas Highways.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí.

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