Mientras el incendio de Dixie arrasa, algunos rechazan las órdenes de evacuación con armas en la mano
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GREENVILLE, Calif. — Más de tres semanas después de que se encendió en un cañón remoto, el monstruoso incendio de Dixie siguió batiendo récords el viernes, superando el fuego de Bootleg en Oregón, para convertirse en el incendio más grande en Estados Unidos y el tercero de mayor alcance en la historia registrada de California.
A medida que los efectos del cambio climático se sienten más intensamente en todo el mundo, este singular fuego arrasó cuatro condados (Butte, Lassen, Plumas y Tehama) y quemó 679 millas cuadradas, un área considerablemente más grande que la ciudad de Los Ángeles.
Alimentado por una sequía extrema, vegetación seca y ráfagas de viento, ardía más rápidamente y se comportaba de manera más errática de lo que incluso los bomberos veteranos podían recordar haber visto.
Después de arrasar la ciudad de Greenville en Sierra Nevada, el fuego continuó propagándose y provocando incendios en diversos puntos el jueves, quemando la pequeña comunidad de Canyondam a medida que crecía en 110.000 acres. Eso fue más del doble de los 50.000 acres por los que se expandió el día anterior, señaló Rick Carhart, oficial de información pública del Departamento de Silvicultura y Protección contra Incendios de California.
“Ha habido momentos durante el incendio en los que, prácticamente, cada vez que una brasa aterriza en la hierba, es casi seguro que se encenderá y comenzará otro fuego”, explicó.
Los bomberos estaban trabajando el viernes para proteger las casas alrededor del lago Almanor, donde el fuego había llegado a la costa occidental pero aún no había alcanzado la península, agregaron.
Hasta ahora no se han reportado muertes en el incendio de Dixie, pero algunos residentes están tomando riesgos que alarman a las autoridades. Las fuerzas policiales han emitido órdenes de evacuación para miles de habitantes cuyas comunidades estaban sitiadas, pero hay quienes eligen quedarse, lo que plantea más desafíos.
Greg Hagwood, un supervisor del condado de Plumas, subrayó que, en las últimas 72 horas, cuando el fuego ha arrasado o amenazado a pequeños pueblos de montaña, incluido Greenville, las evacuaciones se han vuelto tensas; en algunos casos, los residentes se han enfrentado a las fuerzas policiales con armas.
“Se encuentran con personas que tienen armas y que dicen: ‘Sal de mi propiedad y no me digas que me vaya’”, señaló.
En respuesta a aquellos que se negaron rotundamente a evacuar, puntualizó, los agentes estaban pidiendo información sobre los familiares más cercanos para tener a alguien a quien notificar si morían.
El miércoles, las autoridades se vieron obligadas a establecer un área de refugio temporal, en el campo de béisbol de una escuela secundaria, para las personas que tuvieron que huir o ser rescatadas después de que decidieron quedarse en Chester. Algunos bomberos dejaron de apagar las llamas para llevar a la gente allí, comentaron las autoridades.
Tales acciones tienen un costo, señaló el capitán Mitch Matlow, oficial de información pública sobre el incendio de Dixie.
“Entonces el fuego puede avanzar en áreas donde, de otra manera, hubiéramos podido detenerlo, y las vidas de los bomberos y los residentes que se están moviendo para protegerse corren un mayor riesgo”, comentó.
El jueves, las autoridades arrestaron a tres personas que se quedaron en una zona de evacuación en la ciudad de Westwood, en el condado de Lassen. Los tres fueron llevados a la cárcel, citados y liberados, dos bajo sospecha de entrar o permanecer en un área de evacuación, y uno bajo sospecha de vagar en propiedad privada, informó Lisa Bernard, oficial de información pública de la Oficina del Sheriff de Lassen.
“Cuando pedimos a las personas que abandonen sus hogares, nos tomamos muy en serio nuestro deber de proteger su propiedad”, escribió Bernard en un correo electrónico. Aquellos que se quedan deben refugiarse dentro de sus casas, y aquellos que se encuentran vagando por las calles corren el riesgo de ser arrestados, señaló.
Hagwood indicó que, como ex alguacil de Plumas y residente de Quincy, su corazón ha estado en ambos lados de las órdenes de evacuación, emitiéndolas y estando sujeto a ellas.
Hace unos años, durante el incendio de Minerva, se vio obligado a emitir una orden que cubría su propia casa, así como la de sus padres en la calle Hagwood, comentando que la intensidad emocional de las evacuaciones en las fuerzas policiales y los residentes no se puede sobreestimar, especialmente en las áreas rurales donde todo el mundo parece conocerse.
“Estás hablando de las casas de las personas, sus propiedades, todo por lo que han trabajado durante su vida y, a veces, generaciones”, explicó Hagwood. “Cuando el gobierno, ya sea local, estatal o federal, venga y te diga que tienes que alejarte de esto, se encontrará con cierto rechazo”.
“Si estás en un área metropolitana grande, tomas decisiones que afectan a personas que nunca conociste, que nunca verás”, agregó. “Aquí, los vas a ver en el mercado. Vas a estar junto a ellos en los eventos deportivos de tus hijos en el futuro”.
Don Guess, de Crescent Mills, decidió no evacuar porque estaba cansado; era la tercera vez que le pedían que se fuera durante este incendio.
La primera vez fue a la casa de su padre cerca del lago Almanor. También le advirtieron para que evacuara de ahí.
Esta vez, se quedó porque, cada dos horas, necesitaba llenar el gas de su generador para mantener los aspersores en su casa.
Pero el viernes, después de que le aseguraron que los bomberos se ubicarían en un lugar que les permitiría proteger su hogar, planeaba reunirse con su esposa, que ya estaba en Quincy.
“Es una locura”, enfatizó Guess mientras compraba una salchicha en Gigi’s Market, que permanecía abierta para abastecer a un flujo constante de trabajadores de emergencia dispuestos a comer lo que el propietario del local pudiera preparar. “Me iré después de comer algo”.
Los bomberos esperaban que un cambio en el clima, con condiciones más estables y húmedas disponibles durante la próxima semana, los ayudaría a tomar ventaja.
Aun así, la contención del fuego había caído al 21% el viernes por la noche y más de 13.800 estructuras seguían amenazadas. El humo contaminaba las comunidades a favor del viento el viernes, incluida gran parte de Lake Tahoe.
Mapa del incendio
El incendio de Dixie comenzó el 13 de julio cerca de una central eléctrica de Pacific Gas & Electric Co. en Feather River Canyon. PG&E ha dicho que su equipo podría ser el culpable y también pudo haber iniciado un fuego separado, nueve días después, que finalmente se fusionó con el incendio de Dixie.
Una tormenta perfecta de condiciones ha impulsado la rápida propagación del fuego, indican las autoridades.
“Son todas las cosas juntas”, comentó Matlow el jueves. “Es el calor. Son los combustibles áridos. Es la sequía. Es el viento que vimos ayer. Es la pendiente”.
Inicialmente, los bomberos se vieron desafiados por el terreno empinado y remoto, con algunos lugares tan accidentados que no pudieron acercar los motores lo suficiente como para traer una manguera.
Luego, el fuego se trasladó a áreas con madera pesada y sin historial reciente de incendios, donde la maleza sirvió como el llamado “combustible de escalera” que permitió que las llamas se elevaran hasta las copas de los árboles.
“Ahí es donde también se obtiene un crecimiento de fuego muy extremo”, señaló Carhart.
Después de que el incendio creció durante aproximadamente tres semanas, y en medio del deterioro de las condiciones climáticas que alcanzaron vientos con ráfagas de 40 mph, se encontró con islas de combustible sin quemar dentro del perímetro, mismas que arrojaron brasas a través de las líneas de contención que los bomberos habían establecido, expuso Carhart. Eso inició su carrera hacia el lago Almanor, Greenville y Chester, explicó.
Para entonces, su gran tamaño lo había hecho imposible de controlar, ya que envió una enorme columna de humo y ceniza que generó sus propios patrones climáticos.
“El incendio era tan grande que luego se estaba construyendo por sí solo”, puntualizó Carhart.
Mientras los bomberos se apresuraban a avanzar contra el gigante, a algunos residentes se les permitió regresar a las ruinas de sus comunidades.
Kevin Goss, propietario de una farmacia de Greenville y supervisor del condado de Plumas, tuvo la oportunidad de evaluar los daños en su ciudad natal el viernes, por primera vez desde que fue evacuado.
En el primer punto de control de la carretera, Goss se encontró con un policía estatal que estaba laborando, mientras su propia casa en Colfax estaba bajo órdenes de evacuación.
Más arriba en la carretera, a donde tuvo que viajar detrás de un vehículo piloto porque el muro de contención del puente todavía estaba en llamas, se encontró con el sheriff del condado, Todd Johns, que bajaba de la montaña.
Ambos hombres habían sido amigos durante años y se veían serenos, pero sorprendidos por las pérdidas que estaban presenciando.
Goss pronto se encontró con otro amigo cercano, un policía estatal cuya casa estaba en cenizas a menos de media milla de donde él estaba laborando.
Los hombres intercambiaron noticias sobre hacia dónde se estaba moviendo el fuego, implacablemente más cerca de la casa de Goss, en las profundidades del valle.
Goss tomó una carretera secundaria que conducía a Greenville para comprobar cómo estaban las casas de sus amigos.
En un sitio tras otro, las casas donde se había reunido con amigos y familiares se habían reducido a nada más que acero fundido y montones de ruinas.
El fuego había incinerado el Hideaway Motel and Lodge, propiedad de sus padres cuando se mudaron aquí por primera vez en la década de 1970, hasta solo dejar su gigantesca chimenea de piedra.
Era un buen lugar para crecer, comentó Goss, recordando que nevó un año nuevo cuando tenía 5 años, y todo el pueblo llegó en motos de nieve para celebrar la festividad.
Más abajo, había algunos indicios de que no todo se había quemado. Una casa de paredes marrones que perteneció a su excuñado salió ilesa, su antena parabólica todavía apuntaba hacia el cielo.
Cerca de allí, dos pollos picoteaban manzanas que habían caído de un árbol, y los ciervos que habían sobrevivido al fuego estaban deambulando por patios donde los aspersores habían mantenido verde la hierba.
El camino estaba tan lleno de humo que requirió luces delanteras en medio del día. Lentamente, Goss se fue acercando a lo que realmente quería ver: el edificio más antiguo de la ciudad, construido en 1860. Su farmacia.
Cuando la propiedad finalmente apareció a la vista, había poco más que sorpresa en su rostro.
No quedó nada.
En el borde trasero del edificio había una pila de plástico retorcido con los restos de un viejo juguete de camión de bomberos. Había sido un objeto con el que jugaba cuando era niño, su casco de metal ahora era negro y su pintura roja había desaparecido.
De pie junto a las ruinas, Goss solo pudo intentar encontrar algo de humor en medio de las cenizas del fuego de Dixie.
“Ni siquiera sabía que había ladrillos dentro de algunas de estas paredes”, comentó, mirando sus restos en los escombros. “Es gracioso”.
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