Columna: La explosión de fuegos artificiales que sacudió la calle 27 todavía hace eco, mientras los residentes intentan seguir adelante
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Magdalena sostiene a su nieta, Kayla, de 5 años, en el patio de la calle donde la policía detonó fuegos artificiales ilegales y artefactos explosivos improvisados, hiriendo a 17 personas.
Mario Delgado paseó por la avenida Stanford hace unos días, tirando de una carreta plegable cargada con leche y jugo para su familia, que aún se está recuperando de la masiva explosión de fuegos artificiales ilegales que sacudieron su cuadra el 30 de junio cuando una maniobra policial salió terriblemente mal.
Las bebidas fueron donadas por un amigo, lo que no es raro en este vecindario densamente poblado. Los alquileres son altos, los salarios bajos y las personas se ayudan entre sí cuando pueden.
Delgado estaba al frente y se mantuvo de pie durante la sorprendente explosión. Pero su esposa y su hijo de 7 años, que estaban dentro de la casa, fueron derribados de sus sillas y sufrieron rasguños. Todavía no duermen bien, comentó. Y Delgado, un limpiador de ventanas a gran altura, aún no confía en sí mismo para volver al trabajo.
“No puedo concentrarme”, admitió, al comentarme que está utilizando su tiempo de vacaciones y que solo tiene dos semanas al año después de 13 años en el trabajo.
Este es el tipo de historias que escuchas en la calle 27, una cuadra arriba de Adams, que es el hogar principalmente de latinos de clase trabajadora. Las familias extensas y multigeneracionales viven juntas en espacios reducidos. Es la población que se vio obligada a laborar durante la pandemia en empleos esenciales de bajos salarios, y que fue muy afectada por el coronavirus. Muchos residentes inmigrantes aún hablan lenguas indígenas, como el náhuatl, que se empleaba en sus naciones de origen antes de la conquista española.
Y mucha gente todavía se pregunta qué salió mal, incluso cuando las familias desplazadas comenzaron a regresar el jueves a la calle donde varias casas y vehículos resultaron dañados. Diecisiete personas, incluidos residentes y agentes del orden, resultaron heridas, y quedan imágenes impactantes de víctimas ensangrentadas que son conducidas fuera del lugar.
Conocí a María Emma Mendoza, cuya hija Mariana trabaja como clasificadora de paquetes de UPS y también como cuidadora. Mariana llevó a su madre a una clínica médica móvil para que le revisaran su audición, porque ya estaba mal antes de la explosión. María Emma Mendoza, quien dio positivo por COVID-19 el año pasado, recibió un abrazo de su nieto mientras esperaba atención médica en una unidad móvil instalada en un centro recreativo.
En el mismo lugar conocí a Manuel Tepas, un conserje, que estaba en su casa, a una cuadra de la explosión, cuando los escombros y los vidrios atravesaron su ventana y entraron en la casa. “Todavía me duelen los oídos”, explicó Tepas mientras llenaba un formulario antes de ver a un médico. Comentó que acaba de comenzar a trabajar y que no tiene seguro médico.
Una mujer llamada Magdalena, que me pidió que no usara su apellido, vive en la calle 27 y cuida de una hija con discapacidad de desarrollo. Señaló que su hija “lloró, gritó y corrió” cuando la casa tembló y la niña aún no se ha recuperado.
Tres de las ventanas de Magdalena se rompieron y también vio la tapa del contenedor de detonación elevándose por encima de su cabeza como un platillo volador. Temía que golpeara las líneas eléctricas mientras se impulsaba tres cuadras hacia el este, chocando con un garaje.
Los residentes me comentaron que antes de la explosión se les informó que debían permanecer adentro, pero no que evacuaran. Así que no se prepararon para lo que sucedió y se preguntaron cómo la policía pudo haber calculado tan mal.
“Cuando estaba en UCLA”, señaló el maestro de preparatoria Ron Góchez, quien escuchó la explosión desde su casa a tres cuadras de distancia, “nunca hubieran hecho esto en medio de Westwood”.
“Supongo que aquí es solo South Central, hay mucha gente pobre y la mentalidad era un poco diferente”, señaló Góchez, vicepresidente del South Central Neighborhood Council. “Pero no veo ningún tipo de escenario en el que la mejor idea sea detonar explosivos en medio de una comunidad residencial”.
Un portavoz del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD por sus siglas en inglés) me indicó que no hay actualizaciones sobre la investigación en curso, que está siendo manejada por la Oficina Federal de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (AFT por sus siglas en inglés). Todo lo que sabemos es que la policía descubrió miles de libras en fuegos artificiales en la residencia de Arturo Cejas en la calle 27 Este, quien luego fue arrestado.
Algunos de los fuegos artificiales fueron transportados, pero otros se consideraron demasiado inestables para trasladarlos, por lo que el escuadrón de bombas de LAPD los cargó en una cámara de detonación forrada de hierro de un semirremolque.
¡Y bum!
Todos sabíamos que la obsesión anual con la pirotecnia amateur del 4 de julio es peligrosa y potencialmente mortal, pero no hubiéramos adivinado que la policía representaría el mayor riesgo para la seguridad pública.
“El tipo que tenía todos los fuegos artificiales ha sido arrestado y se enfrenta a la ley”, indicó Góchez. “Creemos que los que tomaron esta decisión y pusieron las vidas de literalmente miles de personas en riesgo también deberían enfrentar las consecuencias. No es solo irresponsable. No es nada más un ‘ups’. Para mí, es negligencia criminal”.
James Westbrooks, subjefe de personal del concejal Curren D. Price, estaba en la calle reuniéndose con los vecinos para ver qué ayuda necesitaban.
“Nuestra oficina no fue informada”, aseguró sobre la detonación de fuegos artificiales destructivos, y señaló que su jefe ha exigido una rendición de cuentas a los mandos de policía de Los Ángeles sobre lo que salió mal.
Crystal González, quien dirige los programas comunitarios de American Friends y supervisa el jardín público en el vecindario, ha estado ayudando a los residentes que todavía se encuentran impactados. Comentó que una mujer de unos 50 años fue levantada y arrojada por el poder de la conmoción cerebral y se lesionó el abdomen. González la llevó a un médico que le recomendó una visita a la sala de emergencias, pero la mujer decidió esperar y ver si mejoraba.
“La gente dice que fue como un poder sobrenatural que los arrojó”, señaló González. “Esta mujer estaba en la mesa de su computadora y explicó que sigue pensando que volverá a suceder. Se siente insegura y admitió que no quiere salir ni andar por la calle. En este momento, está teniendo pesadillas”.
González señaló que el esposo de la mujer trabaja en la industria de la confección, por lo que viven en condiciones precarias y enfrentan el desalojo porque la casa que alquilan está a la venta. Esa no es una historia atípica, enfatizó González, quien ha trabajado en el vecindario durante una década y siente un profundo afecto por los residentes.
“Los principales desafíos en el vecindario son económicos”, agregó González, y quienes son indocumentados son fácilmente explotados. “La gente está muy mal pagada y la mayoría de las personas que conozco trabaja en la industria de la confección y se les paga por debajo del salario mínimo; por eso viven en hogares muy hacinados, precarios y hay una crisis de desalojos de vivienda que llega en oleadas”.
Después de más de un año de conversaciones nacionales sobre las relaciones de la policía con las comunidades minoritarias pobres, González comentó que temía que la explosión accidental solo aumentara las tensiones. Pero tiene la esperanza de que la respuesta de la ciudad incluya más inversión en desarrollo comunitario y oportunidades.
El limpiador de ventanas Mario Delgado, comentó González, es de espíritu voluntario y de ayuda al vecindario. Es el coordinador principal de South L.A. Farm administrada por American Friends, donde 22 familias cultivan alimentos en parcelas de 11 por 4 pies.
En su propia parcela, Delgado ahora está cultivando repollo y una hierba mexicana llamada papalo, que es similar al cilantro y le va bien en el calor extremo de Los Ángeles. Otros cultivan maíz, calabaza y frijoles. Una mujer que se estaba recuperando de un cáncer recibió indicaciones de su doctor para que comiera alimentos orgánicos, que no puede pagar ni acceder fácilmente, por lo que la granja del vecindario es su salvación.
Los cultivos se comparten, explicó González.
Las personas se cuidan unas a otras.
Están familiarizados con todo tipo de dificultades, incluido el reciente percance colosal en su cuadra, pero sobreviven.
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